Estaba equivocado: experimento dos
Casi sin darme cuenta lo que leo de vosotros me alimenta, me conmueve, me clarifica. E igual sucede con los comentarios que hacéis a mis escritos que, cuando menos, son una muestra de apoyo para con un semejante: “Homo sum, humani nihil a me alienum puto”, sentencia de Publio Terencio que usé como título de un poema hace tiempo.
Quizás la primera célula de esta conclusión surgió de un comentario que le hice a Escéptico cuando seleccionó mi blog para el Thinking Blogger Award. Yo le contesté que debía declinar su invitación porque no creía en premios y justificaba mi posición diciendo: “Para mí es suficiente poder leeros a vosotros y que algunos me leáis: mejor la simbiosis que los premios.”
Y la palabra clave era “simbiosis”.
También hace un tiempo realicé el experimento de recoger y fusionar algunos de mis comentarios a vuestras publicaciones que, como catalizadores, hicieron que consiguiera ordenar ideas dispersas que bullían en mí de una forma primitiva. Hoy repito el experimento con dos comentarios que hice hace poco: uno a Hipatia de Alejandría y otro a Natasha (Natinat).
Raza
Hay seres que llevan el estigma de su tierra en la mirada, que de tanto convivir con lo sencillo acaban siendo parcos en sus necesidades emocionales: yo amé a una mujer cactus y ella me amaba con locura, según decía. Llevaba el estigma de la Sierra de Alcaráz mezclado con la meseta albaceteña dando lugar a una sobriedad emocional exasperante. “Te amo, pero puedo vivir sin ti y voy a vivir sin ti”, me dijo. Y cumplió su palabra frente a mi desesperación.
Aún se me aparecen sus ojos marrones y su pelo azabachado, su tacto y su melancolía profunda de refugiado. Seres depredadores de sentimientos; toda una raza.
Metástasis
De las todas las realidades posibles, me quedo con las imposibles, pero, ¡ah, eso no es posible! porque no existen realidades imposibles, sólo improbables, de ahí el efecto túnel.
Y bien sé que los sucesos improbables que nos suceden forman los puntos de inflexión y los pilares de una vida.
Te he leído como el que se lee a sí mismo, como el que cede a otra consciencia su dolor para que lo escriban otras manos, viva en otra piel y llore en otras lágrimas.
Pero, por encima del dolor, sólo una tristeza: la hostilidad. La hostilidad tiene la cobarde virtud de distorsionar lo vivido. Es un acta de revisionismo que siempre denigra lo que nos hizo felices. Y todo para salvar un presente hiriente y un orgullo herido. No vale lo que cuesta y, aunque lo valiese, nunca debería formar parte del presente: envenenar los oasis es la forma de sucumbir en el desierto.
A ambas mi agradecimiento, no sólo por haber planteado unas narraciones de aislamiento y tristeza que me conmovieron, sino también por la amabilidad de sus respuestas.
Carz