En los momentos de desamparo, cuando la realidad se convierte en pesadilla, todos buscamos motivos racionales para sobrellevarla, pero raramente se encuentran. Por ello, cualquier acto que nos procure la sensación de que nuestra angustia está justificada y consiga sublimarla es lícito.
Aunque sea ilusorio.
Aunque sea nada
En realidad lamentaría no leer lo que casi no he escrito.
Desgranamiento de los sueños ante cualquier circunstancia
Querer alertar a alguien suele ser un acto estúpido. Querer que alguien te preste atención -aunque sólo sea por su interés- suele resultar pretencioso. Intentar la comunicación requiere de una gran dosis de fe en el olvido: bucear en las aguas embarradas del Amazonas para buscar sirenas esquivando pirañas, caimanes y anacondas. Pero, ¿quién, si no, escuchará sus cantos?
Reclamo lo hermosamente estúpido como parte de lo humano. Comprender lo defectuoso del abrazo, lo imperfecto del llanto, lo amarillo del papel post-crito tras los años. La redondez de lo que fue agudo e hirió tanto. La locura de lo que fue sensato. La lucidez del pasado enajenado por la sangre de lo que fue íntimo y resulta, ahora, extraño.
Empleo el tiempo del alcohol en intentar plasmarlo, porque sé que los sueños se me escapan sin darme tiempo ni a grabarlos: expresarlos en voz alta los destruye a un ritmo aún más rápido.
La breve sismicidad que sentiste al dar un beso.
La breve sismicidad que sentiste cundo te besaron.
La breve sismicidad que perdura
y que no requiere de explicación alguna.