sábado, mayo 28, 2005

Si no lo consigo

Escribo un poema
porque el mundo me es ajeno,
escribo un poema
porque nunca no lo hice mío,
escribo un poema
porque tengo que escribirlo,
porque si no lo hago
tendré sólo vacío
y será tan grande que
que abarcará la vida.

Si no escribo el poema
-si no lo consigo-
barrerá el silencio la odisea
de un hombre sencillo
que intentó ser poeta
porque sus vísceras no dejaron más salida,
porque su corazón se encogió de niño,
porque siempre supo que la vida ha de sentirse
-y si no se siente nunca será vida-
y que dar un paso
requiere el aliento
de una sabia amante
que sepa ocultarle
-con un beso largo-
que nuca lo ha hecho,
que nunca lo hará.


Cuadro de mi amigo Shigeru: Trabajo y Placer

jueves, mayo 26, 2005

Revancha

Revancha soy de campo
y amapola
que habita entre barrancos de penumbra
y roban, para licuar el sueño,
antiguos seres afines a la tierra.

Revancha soy de vida
y sueño
de impronunciable pesadilla
que habita la ribera de lo muerto
donde, por fin, restañan la heridas.

Revancha soy de amor
y odio
que arrebata hasta el aliento
y arrastra imparable a la locura
a quien del rencor hace su bandera.

Revancha soy de mí
y mi contrario
que ama ciego como un niño
hambriento de calor y de presencia
la dulzura redonda de tus pechos.

martes, mayo 24, 2005

El hombre que no sabía nadar

El hombre que no sabía nadar
siempre decía que si pudiese nadar
sería el más feliz del mundo.

El hombre que no sabía nadar
siempre decía que no había aprendido
porque le daba miedo el agua.

El hombre que no sabía nadar
decidió suicidarse tirándose a un caudaloso río.

Mientras se ahogaba,
el hombre que no sabía nadar
comprendió que en realidad
él nunca le había tenido miedo al agua:
sólo temía a la felicidad.

lunes, mayo 23, 2005

Dos halcones

Eco ajeno a lo vívido,
inmerso en todo lo soñado,
merecedor tan sólo de naufragios
en el mar que mece tus sirenas.

Soñador incasable de lo insano
sin voz, caen a plomo las palabras,
lastrando con su peso mis deseos
que, con la terquedad de un topo,
excavan hacia ti sus corredores.

Sin voz, recurro a petroglifos
a runas cifradas en lo mítico,
a pirámides orientadas hacia el norte,
a un cartucho que contiene dos halcones,
en estos días extraños y cautivos
en los que urge un amor turgente
una voz que anide entre mis manos.

Último eslabón

Hasta donde mi memoria alcanza he disfrutado de los relatos de mi padre, caminando por el campo desde los seis años a su lado. Tratándome como su igual me inculcó de forma sutil el sentido de la responsabilidad, contándome sus recuerdos de la infancia consiguió que aprendiera su historia, que sin duda esta íntimamente relacionada con la mía, entrelazadas ambas en un devenir microhistórico. De forma indudable identifico en su comportamiento rasgos muy similares a los míos, tal vez de origen genético. Mis inquietudes, mis reflexiones, mis aficiones, han discurrido de forma pareja a las suyas. Cuanto más sé de él más averiguo sobre mí mismo. Cuanto más conocimiento adquiero de nuestra historia más me siento parte integrante del conjunto. Soy el último eslabón hacia la nada: resulta difícil ser más fiel a la verdad.


Mi abuela y mi padre (foto familiar)

sábado, mayo 21, 2005

Enes

NN: Nacht und Nebel, escrito a la
entrada del campo de exterminio de Mauthausen.

En homenaje a los republicanos españoles torturados en Mauthausen

Noche y niebla, rezaba a la entrada
Nacht und Nebel les esperaba tras los muros
que construyeron como esclavos…

Pobres seres…
no bastó con que perdieran una guerra,
no fue suficiente que les arrebataran la dignidad a todos
y a muchos, muchísimos, la vida.

Porque a pesar de todo
- y tan sólo a ellos-
no consiguieron liberarlos en el 45
-al salir del campo, no tenían patria-

NN, dos enes les procuraron los Nazis,
pero muchas más les guardó su pueblo:

N de Niederwerfung, n de derrota
N de Niederschlagung, n de supresión
N de Nichtvorhandensein, n de ausencia
N de Nichts, n de la nada...

Nie wieder werde ich ihre Geschichte vergessen
(Nunca más olvidaré su historia)


Liberación del campo de exterminio de Mautahusen por las tropas aliadas. La pancarta está escrita en español. (Fotografía de archivo)

Tan sólo ama

Sangra la tarde con el cielo
que se hiere y saja en las montañas
donde, entre pastos y torrentes,
amor, hicimos del silencio un aliado.

Rememoro el negro en tu mirada
el azabache de tu pelo luminoso
tu expresión de sorpresa conmovida
la quietud paciente del que tiene
el cielo al alcance de las yemas.

Sangramos con sangre de saliva
sangramos con sudor de poro a poro
sangramos en un adiós enmudecido
por el peso despiadado del futuro
sangramos hasta extinguir el universo.

Ahora resta un universo paralelo
donde el candor ya no nace del rocío
ni la mañana florece en las esquinas.

Un tirón de ausencia me arroja al vacío
y tu voz resuena en mis entrañas,
recorre mi esófago: renace una gaviota
levanta el vuelo y ampara a mi deseo
que arde y vuela y se hace añicos
y calla, y espera, y entrelaza
mi tiempo con tu ausencia,
y después de desear,
tan sólo ama.

viernes, mayo 20, 2005

Nacht und Nebel

Sombra entre tinieblas. Un eco que no acaba de apagarse, aunque tan tenue que apenas sí se escucha, reconduce mi memoria hacia tus campos verdes. Sólo eso. Tinieblas entre las sombras oscuras y metálicas que nos persiguen implacables. Tu silueta a través de la ventana y bajo la lluvia, y esa mirada absolutamente llana que invita al abrazo; pero queda el cristal entre nosotros. Sí, queda el cristal que nos opone el uno al otro, que nos protege de la locura de amarnos, porque sería una locura.

Pero permanecen las sombras y las tinieblas, y en esta soledad tan húmeda e inhóspita, quisiera poder decirte tantas cosas que acabo por no decirte nada. Nada, como si la nada fuese la razón de la existencia. Tal vez sí lo sea.

miércoles, mayo 18, 2005

Para que no mueras

Lamento demasiadas cosas como para tomármelas en serio. No se puede -al menos yo no puedo- lamentar toda una vida, aunque se trate de una vida que pudo ser y se quedó en un agridulce recuerdo; se quedó en la esquina de un tiempo ancestral. Lo que fue un embrión ya formado, pero que no alcanzó la luz, pesa demasiado en mi conciencia como para permitir abortar su recuerdo: sigue su vida paralela fuera de la vida que viene en llamarse real. Allí -¿dónde?- reposa en la primera muerte e incluso en la segunda. Quizás convenga aclarar estos conceptos, aprendidos de la cosmovisión de un pueblo sudamericano, los guajiros o wayuu. Para este pueblo se muere tres veces: la primera es la muerte tal y como nosotros la concebimos; la segunda vez se muere cuando los familiares abren la tumba para limpiar los huesos del difunto y liberarlo así de lo perecedero, la carne. En una manifestación de amor, la mujer más vieja del lugar es la encargada de limpiar la parte noble y sempiterna, los huesos, de la parte innoble y caduca, la carne. Quizás en la parte de historia que conocen, los huesos sean eternos, quién sabe. Esos huesos limpios de carne son depositados en una vasija y entonces pasan a formar parte de la naturaleza que les rodea. Piensan, al ver una montaña, por ejemplo, que es un familiar o amigo muerto. Por eso respetan tanto su entorno, cuidándolo como a uno de ellos. La tercera muerte se produce cuando el recuerdo del difunto desaparece de toda persona viva. Entonces, su alma, sus huesos, se unen al universo infinito, al que nombran con una palabra que me es extraña .
Decía que yo no he olvidado, que aún siento dolor cuando recuerdo, que aún no has muerto definitivamente, que en mi mundo sigues viva; no con tus besos, no con tu sonrisa ni con tu mirada, no con el calor que me dabas cuando nos abrazábamos, no con la ilusión de nuestro futuro, no con esas noches perfectas de verano, no como antes, qué duda cabe. Me pregunto el porqué de este afán por recordar lo que aún duele; y no hallo respuesta salvo la que uno de esos indios me daría, pues para él sería muy sencillo: para que no mueras.

martes, mayo 17, 2005

Geranios

La niñez nos recuerda
que tuvimos tiempo para hacernos libres
y que, al final, erramos el camino.
Amamos volver a lo imposible,
cruzar el tiempo a lomos de las lágrimas,
embalsamar con besos las derrotas
y con versos hacerles los sudarios.

Porque el sabor que tuvo el chocolate
no volverá a repetirse en nuestra boca,
y porque el temblor de unas manos que acarician
ya no hará surcos tan profundos en el alma.

Porque en los balcones de mi casa
ya no quedan macetas de geranios.

Porque ha muerto nuestra infancia,
y, a lo muerto, se tiende a venerarlo.

domingo, mayo 15, 2005

Navegas

Navegas en tiempo de resaca
cuando baja la marea y el viento
se ha perdido entre tu pelo.

Navegas y enarbolas los segundos
para intentar henchir tus velas en jirones;
tan sólo el fuego de san Telmo
te alumbra cada milla que recorres
y que te aleja cada vez más de la sonrisa
-no la risa que provoca una ocurrencia
sino la mutación del arco de tu boca
que, en su centro,
se rinda ante el peso de otros ojos-

Navegas, y has proscrito los papeles,
en un intento estéril de negarle la memoria
a lo que sientes si no te sirve de consuelo.
Es un intento vano el de de rendirte
porque el claudicar te lleva al sueño.

jueves, mayo 05, 2005

Ariadna

Un epílogo para indah

Eso depende.
Depende si me ensancho más allá de mis temores
indagándote ahí afuera
o si me achico buscándote en mi centro.

Depende de la pericia con que me ven tus ojos
del tono de tu voz cuando me riñes
del pulso aquilatado de tu mano
o del brillo fugaz de cuando
-por un lúcido momento-
consigo corporeizar tu nada en mi cerebro.

Más luego viene a distraerme
la danza de lo cotidiano:
el frío, el viento, la sensación de hambre,
el sueño, el estudio, los teoremas,
la evaluación de exámenes,
el horario de consultas,
las reuniones, la firma de papeles,
la redacción de apuntes,
la corrección de erratas…

Y, cuando lo cotidiano acaba,
habito de nuevo el susurro de las sombras
que los atardeceres alargan hasta hacerlas insufribles.
Destilo en tu ausencia
el perfume de todas las ausencias;
en tu negación
anidan todas las arañas
que tejen y tejieron con su seda
mi quebradizo hilo de Ariadna.

miércoles, mayo 04, 2005

Aprendiendo de lo que llamáis soledad

Ya hace mucho tiempo que he regresado. Los días comienzan a dilatarse por la ociosidad en la que estoy inmerso, fruto de la dulce depresión que sucede a los momentos de gran estrés. He bajado cada día a la playa y, aunque estamos en los principios del otoño, en ocasiones he podido tomar el sol desnudo entre las dunas, si bien sólo al mediodía pues cuando el sol decae en el horizonte, sus rayos ya no proporcionan el calor suficiente para mantener una temperatura corporal agradable; la brisa marina se torna más fría y se hace conveniente llevar alguna prenda que procure algo de abrigo. Resulta agradable sentir el viento fresco en la cara y sentirse arropado entre las dunas...
Aunque la soledad en estos momentos se hace más patente, también resulta más llevadera, y casi se agradece, al contrario de lo que me sucede en la ciudad: allí me siento más abandonado cuando estoy sólo. Aquí, en la costa, me basta con sentirme en un estadio más primigenio, me uno a la naturaleza, la escucho, la admiro, la huelo; siento la tibieza de la arena en mi piel cuando el sol la calienta, siento el aire frío por la noche, y a veces me he quedado dormido contemplando el firmamento henchido de estrellas y ungido por los hilos plateados de las estrellas fugaces, arrullado por el rumor de las olas al morir suavemente en la playa o por su estridencia blanca cuando chocan en los acantilados cercanos. En resumen, unos días semifelices e indolentes, casi fuera del mundo, lejos de lo cotidiano, del trabajo, del metro, de la compra, de las borracheras nocturnas con los amigos, de las noches de impotencia. Pero también, y doy gracias por ello, de lo que no fue cotidiano, lo que rompió algo en mi interior, ahora pienso que para siempre.


martes, mayo 03, 2005

Aprendiendo de lo que llamáis vigilia

Hoy me he despertado con la convicción de que es tarde, de que el tiempo ha transcurrido en su totalidad, que lo que queda de él no es más que un mero accidente. Resulta difícil comenzar el día con esas convicciones, así que decidí volver a dormir, volver a probar suerte con los sueños, intentando cambiar el amargo presentimiento que me ha envuelto desde el primer instante. Ni que decir tiene que ha sido inútil. En esos días la fatalidad se te pega como una sanguijuela y si la intentas arrancar corres el peligro de envenenarte. Sólo una gran dosis de resignación y paciencia abren alguna ventana por la que es posible visualizar la continuidad como algo, cuando más, soportable. La causa fundamental de todo son las ausencias señaladas que acaban dilatándose casi eternamente. Silencios que marcan con su presencia el final de etapas que se han creído fundamentales en la propia existencia, que dejan un sabor amargo en la memoria y otorgan al tiempo el dudoso honor de ser el vencedor del corazón humano. Es preciso aprender algunas lecciones antes de que sea demasiado tarde, y luego descubrir que ayer ya era tarde, que siempre lo ha sido.


domingo, mayo 01, 2005

Aprendiendo de lo que llamáis patria

Recuerdo un paseo con mi padre por el primer bosque frondoso, incluso con arroyos, que vi en mi vida. Le dije que ojalá en casa los montes fueran así, en los que el agua abundaba y ni siquiera hacía falta llevar cantimplora, en los que el verde de la hierba no dejaba respiro al color ocre y gris de la tierra. Mi padre, principal compañero de mi infancia, me contestó que seguramente él echaría de menos el ambiente seco de los montes de nuestra tierra, que echaría de menos las aliagas y el tomillo, los pinos con sus hojas secas y marrones cubriendo el suelo, que nuestros campos tenían una personalidad tan arraigada que seguramente formaría parte de la nuestra. Por mi parte, seguí pensando que me hubiese gustado tener toda aquella frondosidad cerca. Sin embargo, cuando años más tarde pisé el desierto por primera vez, volvió a mi mente aquella tarde, en la que mi padre reconoció estar ligado a la sequedad del paisaje de nuestra casa, y me sentí cerca de ella. La luz me resultó tan familiar que tuve que separarme del grupo con el que viajaba y sentarme sobre la arena. Sentí de nuevo aquella sensación de tristeza difusa, aparentemente sin causa, que me provocaba el atardecer solitario, sentado sobre la pedregosa colina a la que recurría en busca de no sé qué respuesta o consuelo. Allí sentado sobre la arena, viendo como aquella esfera anaranjada se confundía entre las dunas y como las estrellas y la luna aparecían casi sin quererlo, las lágrimas comenzaron a brotar casi como un bálsamo.