miércoles, mayo 18, 2005

Para que no mueras

Lamento demasiadas cosas como para tomármelas en serio. No se puede -al menos yo no puedo- lamentar toda una vida, aunque se trate de una vida que pudo ser y se quedó en un agridulce recuerdo; se quedó en la esquina de un tiempo ancestral. Lo que fue un embrión ya formado, pero que no alcanzó la luz, pesa demasiado en mi conciencia como para permitir abortar su recuerdo: sigue su vida paralela fuera de la vida que viene en llamarse real. Allí -¿dónde?- reposa en la primera muerte e incluso en la segunda. Quizás convenga aclarar estos conceptos, aprendidos de la cosmovisión de un pueblo sudamericano, los guajiros o wayuu. Para este pueblo se muere tres veces: la primera es la muerte tal y como nosotros la concebimos; la segunda vez se muere cuando los familiares abren la tumba para limpiar los huesos del difunto y liberarlo así de lo perecedero, la carne. En una manifestación de amor, la mujer más vieja del lugar es la encargada de limpiar la parte noble y sempiterna, los huesos, de la parte innoble y caduca, la carne. Quizás en la parte de historia que conocen, los huesos sean eternos, quién sabe. Esos huesos limpios de carne son depositados en una vasija y entonces pasan a formar parte de la naturaleza que les rodea. Piensan, al ver una montaña, por ejemplo, que es un familiar o amigo muerto. Por eso respetan tanto su entorno, cuidándolo como a uno de ellos. La tercera muerte se produce cuando el recuerdo del difunto desaparece de toda persona viva. Entonces, su alma, sus huesos, se unen al universo infinito, al que nombran con una palabra que me es extraña .
Decía que yo no he olvidado, que aún siento dolor cuando recuerdo, que aún no has muerto definitivamente, que en mi mundo sigues viva; no con tus besos, no con tu sonrisa ni con tu mirada, no con el calor que me dabas cuando nos abrazábamos, no con la ilusión de nuestro futuro, no con esas noches perfectas de verano, no como antes, qué duda cabe. Me pregunto el porqué de este afán por recordar lo que aún duele; y no hallo respuesta salvo la que uno de esos indios me daría, pues para él sería muy sencillo: para que no mueras.

3 Comments:

Blogger UMA dijo...

La muerte aùn es un tema que no digiero, sea la muerte de los que amo y se fueron o decidieron irse...(esas menos aùn porque me parece verlos rondar en mi casa)...y la muerte de los amores idos, los recuerdos marchitos, los años felices vividos, la niñez perdida, hasta la misma muerte de los que sufren las muertes.
Me vi cara a cara con ella y no la deje llevarme y se implantò en mì un enorme temor y hasta una guerra...el miedo a veces se disfraza de guerrero.
Y ese afàn de recordar lo que aùn duele serà por lo que dijo aquel poeta.."lo que el alma tiene de florido, vive de lo que tiene sepultado"?? Somos nosotros, lo que traemos, lo que cargamos, lo que tenemos sepultado y visitamos a diario...es estar vivo al fin y al cabo.

18/5/05, 18:56  
Blogger Carz dijo...

El odio y el miedo nos atan con cadenas muy sólidas. Siempre es bueno intentar sobreponerse a ambos.

Y sí, lo florido vive de lo sepultado, pero no sólo de ello: también vive del aire, de la luz solar, de los efectos de la luna...
Y no olvides que hasta en un desierto, de vez en cuando, nacen flores, como en el desierto florido de Atacama :-)

18/5/05, 19:49  
Blogger indah dijo...

Amistad

El viento, amiga mía,
es impulso del alma;
las sábanas deshechas
son el alba de las cosas.

La amistad es un ángel,
nos impide caer en las miserias
de la noche,
abre el misterio de los bosques
aún más allá de la espesura.

Ofrecemos al mundo siempre un mismo cuerpo:
somos la semejanza de algo inacabado.
Por eso nos miramos en una misma herida.

Antonio Aliberti

(de Incierta Vocación)

18/5/05, 22:18  

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