domingo, mayo 01, 2005

Aprendiendo de lo que llamáis patria

Recuerdo un paseo con mi padre por el primer bosque frondoso, incluso con arroyos, que vi en mi vida. Le dije que ojalá en casa los montes fueran así, en los que el agua abundaba y ni siquiera hacía falta llevar cantimplora, en los que el verde de la hierba no dejaba respiro al color ocre y gris de la tierra. Mi padre, principal compañero de mi infancia, me contestó que seguramente él echaría de menos el ambiente seco de los montes de nuestra tierra, que echaría de menos las aliagas y el tomillo, los pinos con sus hojas secas y marrones cubriendo el suelo, que nuestros campos tenían una personalidad tan arraigada que seguramente formaría parte de la nuestra. Por mi parte, seguí pensando que me hubiese gustado tener toda aquella frondosidad cerca. Sin embargo, cuando años más tarde pisé el desierto por primera vez, volvió a mi mente aquella tarde, en la que mi padre reconoció estar ligado a la sequedad del paisaje de nuestra casa, y me sentí cerca de ella. La luz me resultó tan familiar que tuve que separarme del grupo con el que viajaba y sentarme sobre la arena. Sentí de nuevo aquella sensación de tristeza difusa, aparentemente sin causa, que me provocaba el atardecer solitario, sentado sobre la pedregosa colina a la que recurría en busca de no sé qué respuesta o consuelo. Allí sentado sobre la arena, viendo como aquella esfera anaranjada se confundía entre las dunas y como las estrellas y la luna aparecían casi sin quererlo, las lágrimas comenzaron a brotar casi como un bálsamo.


1 Comments:

Blogger indah dijo...

Como podía me sujetaba con la otra. La transparencia es tanta que crees que tocarás el fondo sólo con estirar los dedos. Es un engaño. No solo es una poza muy profunda sino que, por tener, hasta tiene un remolino. Si caes en la trampa, solían decir... Pero yo me tragué el miedo y mantuve mi mano quieta. Muy quieta. Ya estaba a escasos centímetros de mi palma. Se dejaba mecer por el agua aparentemente tranquila de la poza, descansando del esfuerzo de volver desde la mar, de nadar a contracorriente para remontar el río y desovar en el curso alto. Era un ejemplar magnífico. ¿Cómo explicar qué se siente? El salmón pasa, roza, se detiene, una y otra vez, y otra, sin temor, sobre tu mano mientras tus lágrimas de niña se mezclan con el agua dulce. Ambos, salmón y tú sois parte de un todo. Hay sensaciones que jamás se olvidan. Hay recuerdos arraigados en lo más profundo de nuestro inconsciente. Algunos no nos pertenecen, ni siquiera los hemos vivido. Pero están. Están ahí. Tu padre tenía razón.

Gracias :) Has conseguido emocionarme, y no vayas a creer que es sencillo.

1/5/05, 17:32  

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