Esto que vais a leer (si queréis hacerlo) no es políticamente correcto, ni correcto a secas. Pero llega un momento en la vida de todo gasterópodo (manual de la salvación del gasterópodo, página 13, línea 15) en el que tiene que decidir dejar de andar con la barriga: ¿metamorfosis kafkiana? no lo creo, pero tampoco lo apoyo, mi osadía no llega a tanto (pág. 16, lín. 17 del precitado manual).
El gasterópodo, en su cotidiano deambular, pierde perspectiva a la vez que sus antenas hacen lo propio con la flexibilidad (debido a una calcificación derivada de la paulatina, pero pertinaz, sobreexplotación de los acuíferos).
Unas antenas calcificadas producen un enervamiento de la musculatura ventral que, irremediablemente, provoca un distanciamiento de los cuartos delanteros sobre la tierra y, en esa pérdida de contacto con su medio natural, acaba desarrollando élitros como forma primitiva de unos ojos. La visión por medio de élitros desencadena la proyección poliédrica de los objetos que, el sencillo cerebro del gasterópodo, no procesa con la suficiente objetividad, provocando (también de forma irremediable) la creencia en un ser superior que prohíbe el consumo de manzanas.
Pero, ávido de su manjar preferido, el humilde gasterópodo prefiere condenarse a un infierno futurible frente a un presente sin manzanas. “Ya ajustaremos cuentas” piensa empuñando una metralleta con forma de calculadora de doce dígitos.
Ya sé, ya sé. Es una extraña manera de decirte que te amo.
Movimiento experimental de cámara