Ñusta
-esa carga incomprensible-
y se abraza al profundo pozo de tus ojos.
Ser como se quiere,
con la epidermis revuelta en la mirada,
con el calor del hielo hendido en los tendones
y el deseo -violeta- entretejiéndote.
Si deshacerse en hilos fuera tan sencillo
como caer de bruces por un sueño
o saber que todo lo perdido
fue fruto de un recuerdo falso
-como un canto de sirena-
o burdo
-como un vuelo de trapecio-
las acrobacias se vestirían de caricias
como se siente el golpe del deseo
y como siento hasta las raíces de tu sueños
al posar mis manos en tu pelo.
Aquí estamos:
dos prolongaciones del tiempo que se estrechan para darle algún sentido,
entresentidos en un deseo obscuro.
Hoy no estás aquí... y no existe el mañana.