La lluvia en Malasaña (X): de capitales y horas
Ya ves, me he hospedado en Malasaña para tener más recuerdos no-contigo pero tuyos, o, al menos, a ti debidos. También he ido al Palacio Real, a la Plaza de Oriente, porque nunca había estado y será un recuerdo no-contigo pero solamente tuyo (como esta música que suena insistente en mi cabeza y me hace escribir de lunas que marcan el camino sobre un mar polizonte, un mar que yerra el rumbo y no lo ignora pero que es incapaz de hacer otra cosa que no ignorar y no corregir, incapaz de no trasportar olas sobre su superficie, incapaz de reflotar los cuerpos ya hundidos, incapaz de salir a flote o salir volando, o evaporar el mercurio que lo envenena, un mar tan poca cosa que parece nutrirse del amor humano, del amor a lo humano, de su depredación).
Ya ves, llevo horas siendo una sombra, sin hablar con nadie; siendo la alucinación de una sombra, con la percepción más abierta que los ojos o la memoria, con la intención de descifrar todos los símbolos que te ocultan pero que, a la vez, te nombran. Luego, entro a otro bar para decir lo justo: una cerveza, gracias.
Y, de repente, quedan amontonadas las horas junto a las sensaciones y regresa la memoria maltrecha por los errores de las sinapsis:
Y así se amontonan tus no túes entre mis ya apenas mis yoes: la primera vez que supe de ti fue en Toledo y, ahora, has cambiado Madrid. Quizás sólo vivamos de pecados CAPITALES.