Uno a veces recuerda sucesos que le asaltan, que tienen vocación de emboscadura, que forman parte de la memoria bandolera que, para alimentarse, nos roba la "ausencia de dicha" y nos deja sólo ausencia. Dicen que "no hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió”, pero no es verdad, se añora mucho más lo que sucedió y fue un encontronazo con la vida, un revulsivo cambio de perspectiva, un aluvión de emociones, una reencarnación descarnada; aunque lo cierto es que eso sucede muy pocas veces, la mayoría de lo que nos acontece nos deja con la tibieza de la medianía, con el sabor agrio del sueño roto, de las expectativas defraudadas.
Así, este rostro que veo fugaz por la ventana, o la compañera de viaje en metro, o la mujer que veo sentada en la parada de autobús, o la foto de alguien que murió hace años, todas esas figuras fugaces a las que Brassens les dedica una canción, son una excusa para seguir soñando en reencontrar esa causa general contra la apatía y todo lo que de rendición tiene lo cotidiano, de sentir los borbotones de la vida salpicando mi cara, zarandeando mi pecho, sajando mi estómago.
De promesas y cuidadosEn un conjunto de hojas
las estridencias suavizan sus cadenas,
se escapan de entre las flores
y reivindican su verdor
y sus blastomas…
- ¿No fuimos a esa clase de biología?
- No.
Es cierto,
andábamos buscando soles por todos los ribazos,
boqueando como peces voladores,
arrinconando tus pechos con mis manos
y con tu boca mis dedos
y con mi lengua tu espasmo
mientras me hacías prometer
que siempre quedaría a tu cuidado.
Y ya ves, así ha quedado:
tú, con marido, perro, casa y niña
yo, en este deambular por estos páramos.