martes, agosto 31, 2010

Le vent à Arles

El viento
alimentaba un encrespado de dunas
húmedas y blancas.
Cientos de caballos blancuzcos en la memoria
y en el agua.

El viento que alimenta.
La lluvia que falta.


Le Grand Rhône erizado por el viento de Arles. Al sur, queda la Camargue.

Comenzar a escribir una carta oyendo una cierta música le imprime un carácter difícil de disociar. Quizás constituye la impronta que la distinguirá de cualquier otra; como el papel timbrado del hotel en el que la he escrito, como este escritorio extraño y, a la vez, acogedor. Pocas veces se tiene tanto recogimiento como cuando se escribe, cuando se intenta dibujar -con un trazo inseguro y quebradizo- la sensación compleja que constituye la propia percepción del mundo, la ficción que construimos desde la realidad, la permanente realidad que ficcionamos. Le Grand Rhône erizado por el viento, la Maison Pablo Neruda o Le café la nuit inmortalizado por Van Gogh; mi habitación de hotel con colores chillones: tomo todo eso, lo ficciono, abstraigo a los turistas necesitados de espectáculos, evoco las manadas de caballos en la Camargue, y escribo. Escribo sobre del viento nutrido por la imaginación. Escribo acerca de la lluvia que falta.


Silent Flight, Sleeping Dawn (fragmento editado), Mono.
Para descargar la canción
pulsad aquí con el botón derecho.

3 Comments:

Blogger ybris dijo...

Hay vientos que se graban en los ojos desde las efímeras blancuras del agua agitada.
Bonita foto.

Un abrazo.

1/9/10, 6:51  
Blogger gaia07 dijo...

Ventana abierta desde el margen en el sur. En la puesta falta la lluvia aunque esté el agua alimentada por el viento, escribes, sujeto a la música donde el papel invita, los colores sugieren y tu hoy transcurre.

Bello.

4/9/10, 22:16  
Blogger La paciente nº 24 dijo...

Justo en ese bote que te acerca a la orilla para poder ver a los caballos, justo después de darles de comer, pasaba siempre después de las clases o cuando el lyceo cerraba, allí, justo allí leí a Diamela Eltit y el peso del agua “El traje gris es penetrado y la lluvia se escurre por su carne: la espalda, el pecho, las piernas. Nada predisponía a esta mojada, tal vez por no mirar al cielo, tal vez por eso. Tiembla al ver el espejo de las baldosas que empiezan a relucir por efecto de las luces de los faroles. En cambio ella más bien en opacidad se diluye. Con el cuerpo pesado por tanta agua que acumula su traje de lana gris. Es un peso concreto el que arrastra en cada uno de sus pasos; el traje es una carga cada vez más oscurecida”

5/9/10, 20:41  

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