miércoles, enero 05, 2011

La arena en blanco

Aunque pasó mucho tiempo hasta que le hicieron pagar por su entereza, a él le pareció sólo un momento. El tiempo discurre más lento para los culpables, le pesa cada segundo como si de minutos se tratase. Así fue, como casi siempre. Como casi siempre, el tiempo se desplaza con la inversa proporción del deseo, con la lentitud de la rutina, con la desproporción de lo adecuado.

Quizás debiera decir que fue entre brumas lo que vino a sucederme, quizás debiera decir que fue en un lugar nunca pisado por rey alguno, o, en mi obscura nebulosa de provinciano venido en primer viaje, puede que confunda el peso de los actos y los aligere. O puede que, de alguna manera, haya comprendido su forma de paisaje, lo humano de su corazón en su latido. Aunque resulte extraño y exuberante, aunque sea fácil obviar lo que estoy escribiendo –cerrad y ceded a lo sencillo por complejo, cerrad y ceded a lo complejo por extraño… o mantened abiertos los ojos para seguir leyendo esta historia de hoces y de tierra- y la extrañeza sólo sea un manto que cubra el desencanto y la emoción que entraña la pérdida de expectativa: sólo cabe renacerse distinto, en reflexión como un incesto íntimo y obscuro. En comunión con el blanco frío de la niebla, o el blanco externo de tus ojos. O en extenuación como cuando creo respirarte, o en unción húmeda cuando nos besamos: aparta el corazón, cierra los ojos, distribuye el peso de tu abismo para que pueda soportarlo, o concéntralo en un punto para que el dolor sea un placer insoportable.

Fotografías de un cuento como quien acierta a ser en vida. Bruma de hoces en la tierra. Nubes que nutren el subsuelo. Palabras que sufren el contacto con el plástico y se abortan en sí, sin deslizarse por la tinta ni la pluma. Escribir como golpes o disparos, no como corriente y corrimiento. ¿Qué saldrá de este mundo áspero acotado en ochos? Sales tú, de vez en cuando, cuando miras si algún borracho en algún taxi busca una rubia y le grita queriendo ser faquir, queriendo ser naufragio. Queriendo ser arena que deforme todos los desiertos. O cuando el borracho, a fuerza de no verte, te adivnia, y cree que quieres ser naufragio en todos sus desiertos.


Blanc, Sylvain Chauveau
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