De caricias y tiempos

Para vos y tu mirada dulcemente orgullosa de tenernos.

Me he quedado mirando la foto en la que acaricias al león. Mirabas a la cámara fijamente con una mirada que quiero pensar iba dirigida a mí, como si me presintieras detrás de la cámara, como si me presintieras en las nieblas de un sueño.

Puede que no sea cierto, pero prefiero pensar que es así: últimamente he de construir el mundo con mis pensamientos para quitarle sus aristas, para escuchar la canción de cuna de tu abuela, vulnerando el tiempo y el espacio, cuando te la cantaba mientras os observo. Quiero evitarlo pero no puedo, y me acerco a tu oído de niña y te susurro con mi aliento más cálido: “¿sabés? llegaremos a conocernos, ¿sabés? sabremos de nuestras entrañas compartiendo un mundo en un lecho”.

Y quiero pensar que tú me presentiste, y que un ansia soterrada y latente quedó impregnándonos desde entonces, y que, cuando nos dimos el primer abrazo, cuando me dijiste: “por fin volvés a casa” era completamente cierto.

Y pienso todo esto, desde tu ausencia y desde tu silencio, y el mundo parece de nuevo completo.

Y todo esto pienso, cuando no te tengo.